El COVID-19 llegó, parecía que era algo que ocurría en la otra parte del mundo y que no llegaría hasta dentro de varios meses, pero la globalización aceleró los tiempos.
En forma imprevista hizo que se expanda a todos los lugares del planeta, y nuestro país no quedó exento de la visita de este virus que llegó, y por el cual se debieron tomar medidas extremas en pro de la salud y vida de muchas personas. Se decretó el aislamiento social y se cerraron las escuelas, ahora quedamos en casa todos juntos: papá, mamá, niños y en algunos casos también los abuelos o algún familiar. La diversidad de composición familiar también marca una diferencia en como serían los días posteriores durante el confinamiento dentro del hogar. Muchos niños tenían un hermanito con quien jugar o con quien seguir el aprendizaje social, pero muchos otros, al ser hijos únicos, no tenían esta opción y se quedaron sin sus actividades sociales, escolares, plazas o simplemente la calle. La emergencia sanitaria nos aisló del virus, pero también de las relaciones sociales que debieron pasar a ser virtuales y algunas otras debieron suspenderse. Los niños como los adultos debieron cortar sus vidas “normales”, sus actividades, sus costumbres y hábitos, y esto no es gratis, no es sin consecuencias.
En casa las cosas cambiaron, los papás pasaron a estar las 24 hs del día, trabajando en casa (quienes podían seguir bajo esta modalidad) y debieron pasar a ser padres, maestros, compañeros, compañeros de juegos, etc., algunos debieron aprender a estar con sus niños y los niños con sus padres. Los primeros días era como vacaciones, todos con ideas y disposición para jugar y aprender, pero la extensión del confinamiento hizo que las cosas fueran cambiando; la paciencia se fue acabando, apareció el aburrimiento no productivo, las emociones de la familia fueron cambiando y afloraron los miedos y las singularidades de cada componente del grupo familiar. Las rutinas se flexibilizaron o en algunos casos desaparecieron.
Particularmente a nivel emocional, en los niños apareció la disforia, la ansiedad, la frustración, la depresión, los miedos, cambios en el sueño, la alimentación, algunos han sufrido regresiones a etapas previas del desarrollo, otros han tenido una sobre adaptación al encierro. Podemos escuchar a los papás decir que los ven más inquietos, que no duermen bien o que comen poco o demás, que por momentos lloran o se ríen sin sentido. Los niños extrañan a sus amigos, su familia, sus actividades, ¡su vida! Un paciente dijo: ¡¡extraño mi vida normal!! Con eso nos dijo que su vida actual no es normal para ellos, que todo les ha cambiado y es allí donde se pone en juego su resiliencia, su adaptación, sus vínculos y todas sus emociones. Algunos niños entienden lo que ocurre, pero otros no y es ahí donde debemos enfocarnos en lograr que a su forma, según su edad cronológica y congnitiva, puedan entender que muchas cosas han cambiado para siempre o por lo menos por un largo periodo.
Los miedos son moneda corriente en los niños, pero el confinamiento los ha potenciado y podemos ver que algunos niños comienzan a sentir miedo a muchas cosas: a salir, a que algo pase o les pase a ellos, o quizás a alguien que ellos quieren. Esos miedos no son nuevos, pero hoy se dan a causa de este cambio de vida e incertidumbre que se vive. Muchos colegas y profesionales de la niñez se debaten entre el salir o no de los niños y las consecuencias del encierro. Pero no nos quedemos solo en lo que teóricamente se puede debatir. Escuchemos a los niños y démosle autoría a sus decisiones y emociones, claro está que sin olvidar que no queda la responsabilidad sobre ellos, la misma sigue sobre los padres, de esta forma les damos la posibilidad de que vayan elaborando esta nueva vida a sus tiempos y con las herramientas que puedan tener o les podamos dar. Una niña de 5 años, ante la salida permitida de fin de semana respondió a la pregunta de si quería o no salir: “no quiero salir, es demasiada responsabilidad, no puedo tocar nada y no puedo abrazar a mis amigos si los veo, no puedo entrar a la plaza porque está cerrada, ¿para qué voy a salir?”.
Es claro que estos relatos muestran que entienden que deben cuidarse, pero ¿no es mucho para un niño de corta edad pensar que tiene una gran responsabilidad si sale? Es claro que teóricamente el encierro prolongado genera cambios en el comportamiento de las personas, puntualmente en los niños, pero debemos darle tiempo a que elaboren esta nueva realidad, sin presionarlos a que entiendan todo y actúen como creemos que deben hacerlo.
Creo prudente no entrar en analizar los casos particulares o que están entrelazados con alguna discapacidad o condición, porque ello requiere un detalle más puntilloso y exhaustivo según la situación del niño, la familia y la etapa de tratamiento terapéutico. Por ello aquí hablaremos del niño en general.
¿Qué podemos hacer con los niños y el encierro?
Bueno, son amplias y variadas las recomendaciones, pero aquí hablaremos de cómo manejar los miedos y las ansiedades.
Principalmente, debemos ser claros y darle lugar que ellos puedan expresar sus sentimientos y emociones, para ello existen herramientas para trabajar estas emociones y el juego es la acción por excelencia al igual que los gráficos y los relatos. Probemos sentarnos a jugar con ellos y vayamos preguntando en el juego que le pasa a los sujetos, que sienten y que piensan… esto nos mostrara y enseñará mucho de estos niños. Puede aparecer allí el miedo y es importante que le demos lugar a la explicación del niño de porque eso da miedo, para luego ayudarlos a ver en que nosotros estamos para cuidarlos y protegerlos. Démosle seguridad de que estaremos allí en este momento, pero también ayudémoslo a que pierda ese miedo y jugando podemos hacerlo.
Otro punto fundamental es intentar sostener las rutinas, es complicado para los padres adaptarse a todo esto, pero la rutina les da seguridad a los niños y los anticipa a lo que ocurrirá, permitiendo manejar las ansiedades y frustraciones. Antes de salir, por ejemplo, es bueno hablarles y contarles que van a ver afuera, y que se puede hacer y que no. Pero sobre todo decirles que cuando quieran volver pueden hacerlo. Claro que están los niños que salen y no quieren volver, para ellos hay que explicarles que esta salida tiene un tiempo y que les avisaremos cuando va a terminar, para evitar el enojo y la frustración de no poder seguir haciendo algo que les da satisfacción.
Algunos padres han consultado por los castigos ante los desbordes violentos de algunos niños o que no hacen caso ante las consignas que se les da, como también han manifestado que realizan momentos de llantos y risas desmedidas. Estos hechos se entienden (en regla general, porque hay hechos particulares que se deben analizar en lo singular), si entendemos que son propios de la ansiedad ante la incertidumbre que les causa el no poder seguir con sus vidas, con lo ya conocido, con lo que les enseñamos que era su realidad. Todo esto genera inquietud, que puede descargarse en forma motriz (exceso de movimientos o violencia), como también con acciones como llanto o risa sin motivos. Es fundamental que como adultos no nos desbordemos por estos hechos y les trasmitamos tranquilidad y que cuando eso pase, allí estaremos para abrazarlos o bien para conversar si es posible. Es importante sostener los límites, pero también es importante darles lugar al llanto y la descarga. Ambas acciones le dan seguridad al niño y les permiten entender sus emociones y acciones. Para esto debemos transmitir bien claros los límites y castigos, como también los premios y gratificaciones. Suelo recomendar tener dos lugares en la casa bien delimitados, uno que sea de distención y calma, donde el niño pueda descargar su llanto, tristezas, o alegrías, pudiendo canalizar allí sus sentimientos sin sentir que están equivocados por sentirlo o manifestarlo. Por otro lado el lugar donde pensar y descargar la ira, el enojo y donde deban pensar porque fueron castigados.
Es fundamental empatizar con los niños y darle lugar a que puedan contarnos que les está pasando, siempre debemos sostener comunicación abierta y dejar que ellos nos digan que piensan y sienten. Siempre mantengamos un ambiente positivo, de colaboración entre todos, brindémosle tiempo y mucho cariño, esto nos evitará ver secuelas por el encierro y nos permitirá salir de esto fortalecidos como familia.
Mi última recomendación es que ante alguna situación que nos parezca distinta o nos llame la atención por más mínima que nos parezca, consultemos con un profesional y actuemos ahora, no esperemos a que pase el tiempo, porque con los niños perdemos un tiempo muy valioso e irremplazable.
A cuidarse y seguir adelante, que de esta ¡¡salimos todos juntos!!
Lic. Verónica Tisera
Psicóloga – MN54879